“Aquí había un campo”

 

 

Durante la época de la Colonia estas tierras que ahora llamamos Guanajuato eran el granero de México. Un amplio y soleado valle en el límite norte de Mesoamérica habitado por nómadas (comúnmente conocidos comochichimecas, pero que incluían también a las naciones pames, guamares, zacatecos y guachihiles), que lo recorrían al ritmo de las estaciones. Los extranjeros armados que llegaron a nuestras tierras vieron un enorme potencial para producir alimento en esos extensos valles bañados por ríos y lluvias de temporal, ríos que ahora llamamos Guanajuato, Silao, Lerma. Para convertir este territorio prometedor en el granero que alimentaría a su ejército colonizador y a los explotadores de las minas de oro y plata de Guanajuato y Zacatecas, los extranjeros trajeron a indígenas otomíes y tarascos de sus territorios originales, junto con esclavos de población afrodescendiente, y los pusieron a trabajar la tierra. De aquí salió el maíz, el trigo y el frijol que hacían crecer los cuerpos que explotaban la tierra; de aquí salió el sorgo que alimentó a los cerdos y reses que proveerían de proteína a los colonizadores; de aquí la alfalfa que nutrió a los caballos que jalaban los carros cargados de mineral. “La colonización sienta las bases de las migraciones posteriores”, advirtióla historiadora estadounidense Aviva Chomsky, 500 años después, en sus libros Indocumentados. Cómo la inmigración se volvió legal y Nosquitan nuestros trabajos y 20 mitos más sobre la inmigración. Si bien ella habla de Estados Unidos y su discurso anti-inmigrante, se puede extrapolar el vínculo que hace entre el despojo de un territorio y de su población. Durante la primera mitad del siglo XX Guanajuato comenzó a vivir una serie de cambios en su tradición económica de agricultura. El reparto agrario que encendía los ánimos en otros lugares del país, en Guanajuato se enfrentaba a agroempresarios que defendían la propiedad privada. Por esas fechas un par de sequías, que se extendieron durante dos décadas afectaron a los pequeños productores que dependían de la agricultura de temporal y no contaban con apoyos gubernamentales. Por esas mismas épocas, en 1942, los gobiernos mexicano y norteamericano impulsaron el Programa Bracero, a través del cual cientos de miles de trabajadores mexicanos –principalmente de Guanajuato, Jalisco y Michoacán– cruzaron la frontera norte para compensar la escasez de mano de obra en Estados Unidos. Campesinos guanajuatenses dejaron sus agotadas parcelas y fueron a cosechar los sembradíos californianos, o participaron en la construcción de grandes infraestructuras de la pujante nación como el ferrocarril de Chicago, según el “Reporte sobre el número de migrantes que participaron en el Programa Bracero”, elaborado por el gobierno estatal en el año 2005.

A partir de entonces y ante el abandono del campo mexicano, los índices de migración con y sin documentos desde Guanajuato se dispararon y los campos se vaciaron de pequeños productores. Esos campos vacíos fueron comprados por agroempresarios, o fueron destinados a la industria maquiladora que se abrió paso en las décadas delos 80 y 90, cuando México firmó tratados comerciales internacionales, entre ellos el Tratado de Libre Comercio. En el capítulo “El atraco”, del libro México rebelde, el periodista John Gibler narra su recorrido por el estado de Guanajuato y las conversaciones que tuvo con personas que sobrevivieron en el campo en medio de ese proceso migratorio. Gibler nos presenta una fotografía de esa paradojaque es tener un campo abandonado por la falta de apoyos para la siembra familiar y, al mismo tiempo, el fortalecimiento de la agroindustria que cuenta con todo el apoyo gubernamental para la siembra de frutos rojos, lechugas hidropónicas, brócoli, apio, jitomates, espárragos de exportación:

“Los únicos que todavía tienen cosechas son los ricos, quienes poseen parcelas grandes y sistemas de riego. Para la gente pobre no queda nada (...) Antes la gente tenía ganado ¿Y ahora? ¿Qué ganado? No hay dónde pastar. Casi todo el campo está abandonado, no hay siembra, pero a la vez todo lo hancomprado los ricos”, le dice Jorge, un habitante del poblado Guadalupe, a Gibler. El impacto social de esa transición económica fue brutal: las nuevasdinámicas desarraigaron a los pequeños agricultores que buscaron suerte al otro lado de la frontera o en las nacientes industrias maquiladoras ávidas de mano de obra barata, obligándoles a dejar sus hogares o haciéndoles dependientes de la maquila para sobrevivir. Todo esto fue perceptible en el paisaje: los campos verdes o dorados, según la temporada de alfalfa, maíz, sorgo o trigo, dieron paso a un gris homogéneo de las naves industriales y armadoras de autos. La cúspide de esta transición llegó en el año 2006, cuando los gobiernos estatal y federal impulsaron la fundación del Puerto Interior, que ha convertido al estado en una megaciudad industrial y de tránsito de mercancías de exportación.

Como consecuencia, las pequeñas rancherías y poblados de Guanajuato fueron creciendo como corredores y patios traseros de esas armadoras. El paisaje se volvió un desolado híbrido entre lo agroindustrial y lo industrial. La tierra se agrietó y en donde antes salían frutos y hortalizas, comenzaron a cosecharse también cuerpos de personas desaparecidas.

 

Daniela Rea