A través de la comida podemos reconocernos, identificarnos.
A través de este Recetario para la Memoria, tal vez, también, nos podamos acercar más.
Al norte del país está Sinaloa, al norte de Sinaloa está Ahome, ahí están Los Mochis y ahí sucede algo que podría ser el retrato de cualquier lugar de México: una familia se sienta a la mesa a comer.
No es cuestión de hambre, no es el acto físico lo que los reúne – una y otra vez. Es la hora de la comida - o del desayuno o de la cena o de la merienda o de el almuerzo,-.
Se juntan porque es LA hora de la comida. De estar. De ocupar un lugar.
“Hijo, la comida está lista” llama una madre que aprendió de su madre que aprendió de su madre a preparar una receta. Que a fuerza del día a día compartió una forma de hacer y, a su vez, eso se convirtió en una forma de ser. Ser abuela. Ser madre. Ser hermana.
“Hijo, la comida está lista”, llama una mujer para hacer eso que también la hace madre: alimentar. En la mesa aprendemos nuestro lugar frente al otro – gracias al otro. En la mesa aprendemos a procurar y a agradecer. A re-conocer lo que el otro es y hace.
Reconocer al otro es saborear la historia personal que se nos comparte a través de cada plato. Es notar las sutilezas, las diferencias entre cualquier puchero y el puchero de la abuela; con sus trucos, sus ingredientes secretos, su región y su historia a cuestas.
En nuestros antojos y recetas, nos delatamos y nos encontramos.
La comida es alianza.
Cuando comemos también nos asomamos al espacio en el que conocemos a nuestros antepasados. Alrededor de la comida descubrimos y adoptamos los códigos de nuestro clan. Definimos quiénes son los nuestros.
La comida es identidad e historia. Es herencia y el saber compartido.
La comida es un lazo.
Constanza Posadas Certucha
Constanza escribe sobre comida a través de personas y sobre personas a través de la comida.